Tolkien: Cuatro formas de liderazgo en momentos de crisis
Una aproximación a la teoría política de El Señor de los Anillos
Todo proceso político tiene conductores y conducidos. Esto es así ya que nada puede ser llevado a cabo con “muchos caciques y pocos indios”. Claro que asumir el rol de la conducción no implica ejercerlo de forma autoritaria, ni garantiza infalibilidad en la toma de decisiones. Son las circunstancias particulares de cada época las que ponen, para bien o para mal, a las personas en los roles que le tocan. Cuando llega una crisis, los conductores rinden cuentas a través de sus actos y su capacidad de atravesarla.
Entendiendo que todo régimen político va mutando en función de la calidad de su elite, es interesante ver qué formulas nos dan gobiernos virtuosos y cuáles están condenadas al fracaso y la ignominia.
En ese sentido, la obra de Tolkien nos muestra una aproximación a la teoría política del catolicismo.
La Doctrina de las dos Espadas afirma que hay dos tipos de autoridad: la temporal, y la espiritual. Durante la edad media europea, los emperadores hacían valer la primera sometidos a la segunda, en manos de los Papas. Pero dicha fórmula puede contrastarse con la de otros períodos y otras latitudes del planeta: la figura del emperador japonés unía las dos, aunque en algunos momentos pudo retener la sacerdotal abdicando la temporal, y hoy tiene la sacerdotal sin que ésta influya en la temporal.
Usurpadores
El senescal Denethor custodiaba el trono de Gondor en Minas Tirith ya que el viejo linaje real se había visto interrumpido mucho tiempo atrás. En el pasado ejercían como asesores reales, pero ante el vacío de poder asumieron el control de la ciudad bajo el precepto de que lo devolverían al regresar el legítimo rey. Los senescales no podían abandonar la ciudad y tenían vedado el uso del poder simbólico de los reyes.
Decenas de generaciones de senescalato dieron como resultado final una enorme decadencia, que el reino paga en su última etapa con la mezquindad y desconfianza entre sus autoridades, y la constante amenaza las huestes de Mordor.
Denethor, al exponerse irresponsablemente a un Palantir, comienza a ser atacado psicológicamente por Sauron, quien lo somete al miedo y la paranoia. La tecnología, potenciando la aceleración del secreto y la velocidad de la información, ha logrado desorientar y hacer caer innumerables gobiernos y regímenes.
Las Palantiri del presente pueden ser las propias redes sociales, que han logrado cambiar la percepción de la realidad de millones de personas, volviéndolas paradójicamente más crédulas inoculando un falso escepticismo y sentido de excepcionalidad. Internet nos obliga a utilizar un lenguaje común, lo suficientemente chato como para ser decodificado fácilmente. Eso combinado con la falta de manejo de los símbolos, deja al senescal en una pobre posición para maniobrar.
Sin negar el componente material que aporta el Palantir, en última instancia el temor de Denethor a perder el poder es originado por su propia inseguridad e inestabilidad como gobernante. Sin doctrina ni contacto con el bastón simbólico del poder, se ve reducido a un mero tecnócrata que maneja intrigas de palacio.
Esta relación frágil con el poder queda en evidencia cuando, antes de conocer al senescal, Gandalf le advierte a Pippin que no haga mención alguna sobre Aragorn, legítimo heredero de Isildur. Para peor, la muerte de su primogénito Boromir hace a Denethor tomar rencor contra su otro hijo, Faramir; quizás como profecía autocumplida de “o gobierno yo o no gobierna nadie”.
A la influencia maligna de Sauron se le suma la falta de integridad espiritual. Luego de saber que Faramir lo privó de conseguir el anillo único y ser presa de un ataque de ira, el senescal muestra ante el Mago su falta de aptitud moral para enfrentar la catástrofe que se avecina con un ejército asediando Minas Tirith. Denethor cree que la técnica imbuida de ciertos poderes mágicos (el anillo) puede garantizarle la salvación, algo cuyo desenlace sólo podemos imaginar trágico considerando la influencia que tuvo previamente el Palantir en él. El mismo Gandalf le recuerda en ese momento que él tuvo en sus manos el anillo y que prefirió dárselo a Frodo antes que al senescal de Gondor, algo que Denethor había visto en la piedra vidente.
Podrían hacerse muchos paralelismos con políticos actuales que eligen “morir en la propia”, abrazados a mantras ideológico-tecnocráticos y fetiches tecnológicos tales como el espionaje o el control mediático. Incluso sabiendo de sus propias limitaciones, hacen caso omiso a las sugerencias de personas evidentemente más sabias que les recuerdan que “la historia es un cementerio de aristocracias”.
Luego, en un rapto de locura y viendo como inevitable la derrota, Denethor buscará suicidarse junto a Faramir en una pira funeraria. Esto puede leerse en clave agustiniana, como una búsqueda desesperada e invertida por reclamar el poder espiritual y a modo de último recurso de salvación ante la inminente debacle:
—Nadie te ha autorizado, Senescal de Gondor —respondió Gandalf—, a decidir la hora de tu muerte. Sólo los reyes paganos sometidos al Poder Oscuro lo hacían, inmolándose por orgullo y desesperación y asesinando a sus familiares para sobrellevar mejor la propia muerte.
Es notable el rol heroico de Gandalf, haciendo uso de su carisma para infundir esperanza en el pueblo y encabezar la defensa de la ciudadela. En un momento de crisis, los súbditos invariablemente reconocerán a quien tome las riendas, demostrando lo indispensable del poder espiritual para defender su supervivencia como pueblo:
—Vuestro amo no es dueño de sí mismo —dijo—. Actuad con lentitud. ¡No traigáis fuego aquí mientras Faramir continúe con vida! ¡No hagáis nada hasta que venga Gandalf!
—¿Quién es entonces el amo de Minas Tirith? —respondió el hombre—. ¿El Señor Denethor o el Peregrino Gris?
—El Peregrino Gris o nadie, pareciera —dijo Pippin.
Conforme una elite se va volviendo menos apta para gobernar, más incentivos tiene para usar el poder con el fin de impedir ser reemplazada. Esto puede causar largos períodos de decadencia o incluso la extinción civilizacional si no se soluciona el mecanismo de reemplazo de elites.
Tecnificación
La sociedad industrial permitió la construcción artificial del mito a través de la propaganda y la psicología de masas. Los vestigios del poder sagrado fueron vaciados de sentido, mezclados y procesados para cohesionar multitudes que avalen proyectos de poder racionales, bajo la aparente movilización el sustrato espiritual de un pueblo. El signo de la Mano Blanca, que hoy bien podría pasar por un mero logo de ropa deportiva, es un ejemplo perfecto de la chatura hecha pasar por trascendencia.
Saruman, un Maia que elige el camino oscuro de intentar blandir el poder divino para transformar el mundo, termina al servicio de Sauron pese a haber llegado a Tierra Media a luchar contra él.
Sin dudas estaba imbuído de un poder espiritual real, pero su obsesión con la técnica para dar paso al progreso y al desarrollo industrial lo vuelve incapaz de utilizarlo para producir algo realmente verdadero, bello y justo. Hay un claro factor egoísta, un sentido de consciencia de que tiene un poder superior que lo hace “más apto” para ejercer la voluntad de Sauron, algo que se probará fallido. En un sentido, Saruman es tan víctima del Palantir como Denethor, pero por su condición de mago cree, paradójicamente, ser menos vulnerable a su influencia.
"Los Días Antiguos han terminado. Los Días Medios ya están pasando. Los Días jóvenes comienzan ahora. El tiempo de los elfos ha quedado atrás, pero el nuestro está ya muy cerca: el mundo de los hombres, que hemos de gobernar. Pero antes necesitamos poder, para ordenarlo todo como a nosotros nos parezca y alcanzar ese bien que sólo los Sabios entienden.”
Puede verse una combinación de fervor religioso y sentido de superioridad intelectual. Sacando todo el tema de las razas, es un párrafo que podría pronunciar Woodrow Wilson. En contraste, Gandalf (otro Maia) siempre opera en armonía con el orden tradicional existente, interfirendo tan poco como se pueda (aunque sin dudas dando batallas importantes como contra el Balrog) y delegando para enaltecer a todos los personajes de la trama, incluso a pesar de sus vicios y errores.
Derribando bosques enteros, prendiendo chimeneas, sacando del barro a criaturas monstruosas, y en última instancia corrompiendo su propio reino (Isengard es descrita como una ciudad bellísima antes de su transformación) Saruman conforma un ejército con el que buscará dar fin a todos los linajes de Tierra Media.
Finalmente, la mayor parte de su ejército es derrotada por una coalición formidable en el Abismo de Helm. Su fortaleza es derrumbada por un ejército de Ents, y finalmente su garganta es cortada por su lacayo Grima. Si un gobierno pervierte el poder espiritual en un momento de crisis, la fuerza del poder temporal sólo acrecentará los males y arrastrará al pueblo a su destrucción.
Entornados
Los jefes políticos pueden sostener su poder durante más tiempo que un gobernante “normal” pero también esa longevidad puede conllevar una profunda pérdida del sentido del ritmo político, que puede traducirse en aislamiento. Allí florecen los que “entornan”.
Generalmente, un buen monarca absorbe la mayor parte de responsabilidad al decidir el rumbo de un gobierno. Esto genera una degradación de su séquito, que comienza a volverse parasitario dada la eficiencia de los que más cerca están del rey. Algunos, víctimas de la mediocridad y la ambición, al no poder competir a través de la eficiencia y la virtud utilizan la intriga y la conspiración para escalar.
Enviado por Saruman, Grima comienza a operar en la corte de Edoras cortando los vínculos afectivos con su descendencia y soporte de poder: se vuelve descuidado respecto a su sobrina Eowyn, que es hostigada por Lengua de Serpiente; y es enemistado adrede contra su sobrino Éomer, a quien Grima tácitamente culpa por la muerte de su hijo Théodred. Al igual que lo ocurrido con Denethor, el tema de la sucesión es clave.
La infiltración de Saruman en la corte de Theoden, al tiempo que embosca a los Mariscales de la Marca, va poniendo en una situación cada vez más crítica al rey. Grima puede forzar decisiones sub-óptimas gracias al clima de urgencia y desconfianza. Sólo el poder doctrinario de Gandalf (quien rescatará al rey en algo que sólo puede ser descrito como un exorcismo) puede enderezar al reino de Rohan.
—Se te tiene por sabio, amigo Lengua de Serpiente, y eres sin duda un gran sostén para tu amo —dijo Gandalf con voz dulce—. Pero hay dos formas en las que un hombre puede traer malas nuevas. Puede ser un espíritu maligno, o bien uno de esos que prefieren la soledad y sólo vuelven para traer ayuda en tiempos difíciles.
Theoden luego jugará un papel clave organizando a los Rohirrim previo a la batalla de los Campos de Pelennor. Más allá de su edad y de cierta sencillez intelectual, la vitalidad del rey y su contacto con formas de poder más tradicionales son invaluables en la lucha contra Sauron.
Estructuras inmensas de poder pueden ser víctima de este tipo de procesos de infiltración, sobre todo si la población tiene poco apego a lo espiritual y pocos mecanismos doctrinarios de resolver la disputa por la conducción.
Aunque es muy fácil detectar quienes son los que le llenan la cabeza al jefe político, estos se blindan en la “buena” relación construida. Los Grima se vuelven más resistentes a los embates de los cortesanos jóvenes más virtuosos ya que estos carecen de la capacidad operativa y de control de los resortes del poder temporal que les permitirían despejar la ecuación.
En estos casos, no sólo es difícil encontrar a alguien con el poder espiritual y doctrinario suficiente como para corregir el curso de la dirigencia, sino que ademas encuentre la forma de romper el aislamiento para poder sentarse a hablar con el rey o la reina. Y que los guardias no le saquen el bastón.
Cesarismo
En contextos de pérdida de poder de las instituciones religiosas, se han erigidido conductores políticos que son investidos de legitimidad espiritual a partir del traslado desde el componente religioso hacia apoyo popular, proyectado por las cualidades heroicas del jefe político. De una forma u otra, el poder temporal, si es ejercido por alguien apto, siempre tiende a unirse al poder espiritual.
Aragorn forma parte de una nobleza venida a menos y retirada de la primera plana. Pasó su juventud como montaraz, lo cual le dió un invaluable entendimiento del ámbito castrense. Por su crianza, supo mantener el contacto con su linaje y sobre todo, con la dimensión espiritual de los Elfos. La relación maestro-iniciado que forja de inmediato con Gandalf (quien le recuerda que está destinado a reclamar el trono de Gondor) lo distingue del resto de los miembros de la Comunidad y lo lleva a ser quien reemplace al mago como líder del grupo, cuando este desaparece en su lucha contra el Balrog.
Como todo auténtico héroe, es sometido constantemente a pruebas para las que siempre da la talla: salva a los hobbits en la Cima de los Vientos enfrentandose a los Nazgul; mantiene la unidad de la Comunidad tras la partida de Gandalf; comanda la defensa del Abismo de Helm. Su destino está marcado de entrada: al igual que Gandalf, tiene su “resurrección”. Se ve obligado a ser quien preserve un linaje sagrado casandose con Arwen, hija de Elrond, el más sabio de los Eldar.
Su profundo sentido de justicia hace que impere la virtud en cada esfera en la que participa y nunca sucumba a la tentación. Sólo aquellos personajes con flaqueza espiritual o víctimas de egoísmos y ambiciones materiales desconfían realmente de Aragorn. Esto lo lleva a ser un rey de consenso casi absoluto.
Obviamente Elessar es el lider perfecto para un momento de crisis. Pero solo la providencia nos puede garantizar su llegada. Mientras tanto estamos obligados a “querer ser él” y tomarlo como referencia. Así, cuando venga, será más fácil reconocerlo.