1- Ideología política como sustituto de la religión:
Fruto de un largo proceso que tiene sus raíces en la Ilustración, las diferentes expresiones religiosas fueron vaciadas y reducidas a una práctica espiritual del fuero personal, sin incidencia efectiva en el pensamiento político de la población.
A la utilización de la Iglesia Católica para avanzar la narrativa anticomunista luego de la Segunda Guerra Mundial, le sucedió el Concilio Vaticano II que selló una estética de “cristianismo socialista del tercer mundo” que la privó de potencia simbólica y doctrinaria.
Así separaron al catolicismo en dos hemisferios, cuando deberían combatir la misma cosa, aunque a dos frentes en simultáneo: la lucha contra ideologías materialistas y ateas, y la condena a la acumulación de riqueza como fin en sí mismo.
Despejada la religión de esa ecuación, se avanzó en el uso de técnicas propagandísticas, en el “libre mercado de ideas” de la democracia, cuyo objetivo es la captura del total de la audiencia, la estetización de la política y su posterior segmentación/compartimentación en sectas con valores móviles.
El periodismo actúa como “rector moral” del discurso, reemplazando el rol que históricamente ocupaban los sacerdotes, algo sólo posible en una sociedad secularizada de facto.
En los últimos años hemos visto el surgimiento de auténticos “partidos denunciadores” y de periodistas que se convierten en diputados, senadores o intendentes, demostrando que el “cuarto poder” se infiltró exitosamente en las diferentes instituciones del sistema político.
2- Enemistad entre sexos:
La ruptura de las instituciones que acompañaban el desarrollo madurativo de los jovenes hasta su adultez, causó desbalances que fueron aprovechados por la sociedad industrial como forma de extraer riqueza desde la líbido. La mujer condenada a la prostitución o a un rol de mera paridora, compartimentación típica de la Inglaterra del siglo XIX.
Con una hipocresía palmaria típica de la mentalidad puritana, la sociedad anglosajona-protestante operaba en forma represiva contra las mujeres casadas o contra los hombres homosexuales, cuando en la Europa católica no había una persecución moral activa contra la sexualidad siempre que estuviese contenida dentro del marco “tolerable”. La misma figura de María Magdalena puede servir como ejemplo de dignificación y redención del rol de la mujer en la sociedad católica.
El feminismo nace como la respuesta secular a la búsqueda de las mujeres por la emancipación, pero debe notarse que lo hace en contra de una sociedad que había trastocado los roles tradicionales por necesidades productivas específicas, y donde la búsqueda por “liberación”, aunque válida, terminó siendo absorbida dentro de la misma lógica de la sociedad industrial.
Esto queda en evidencia viendo que los últimos años de fervor feminista trajeron aparejados un incremento no sólo en nuevas prácticas de prostitución en el plano digital, sino también el avance del discurso extractivista de las relaciones amorosas, dirigido tanto a hombres como a mujeres: se vende como modelo a seguir el Harem, o la buscadora de tipos con plata, respectivamente.
Las instituciones que fueron acompañando estas búsquedas graduales por “igualdad” entre sexos -familias, colegios, clubes, fuerzas de seguridad/armadas- fueron disueltas o convertidas en garantes de la continuidad del modelo extractivista.
Por acción u omisión, ya nadie está en condiciones de acompañar a los jóvenes en el complejo proceso de descubrir su sexualidad sin la intervención de la visión liberal y racional digitada por estados y corporaciones. Esto genera un ciclo de movimientos pendulares entre procesos de liberalización y represión de la sexualidad, preservando el ejercicio de la doble moral como un mercado de “acceso libre”.
Los discursos “masculinistas” y “feministas” operan como campo de batalla de distracción para comprender la dimensión real del problema.
3- Brecha generacional:
La aceleración tecnológica e informativa en la que está sumida la sociedad desde hace un siglo creó un clima hostil para la gente de avanzada edad. Alguien puede llegar a los 60 años sin entender dinámicas básicas de relación que se han visto trastocadas por la técnica. Un ejemplo fácil de entender es ver cuán permeables son los ancianos a fake news y estafas digitales, no necesariamente a causa de un bajo nivel de formación o intelectual (hay mucho para decir respecto a la degradación de los sistemas de confianza, también). Simplemente es demasiado el volumen de información a procesar, por lo tanto comienzan a tener una percepción de la realidad cada vez más divergente de las generaciones más jóvenes.
La ausencia de principios y valores comunes por fuera de la búsqueda de “libertad individual” -algo sin dudas acelerado por la secularización- se potencia con los incentivos del sistema por crear nuevas “identidades” y formas de realización a través del consumo.
Esta combinación es problemática ya que deja a la gente adulta cada vez más alienada y sola, algo contrario a toda idea de vejez digna. Pero además, les quita la capacidad de transferir conocimientos a las generaciones más jóvenes, que se verían beneficiadas al recuperar algunas tradiciones como forma de resolver los problemas del presente.
La polarización política es la gota que rebalsa el vaso, y vuelve casi imposibles de saldar a las diferencias de apreciación sobre las normas sociales, lógicas dada la enorme transformación que vivió occidente las últimas décadas. En lugar de encontrar conciliación y puntos de encuentro, se crean circuitos de información que convalidan las posiciones más extremas y la confrontación como modo de reafirmar la pertenencia a algo, en un mundo que empuja a las personas a la soledad.
4- Gasto y recaudación:
Desde la ruptura del patrón oro y la universalización del dólar como dinero fiducidario, los Estados han oscilado entre utilizar la moneda americana como reserva fija, o poner en práctica la misma metodología que la Reserva Federal estadounidense. Los resultados han sido de los más variados. Como no soy economista ni nada por el estilo, voy a ahorrarme la explicación técnica y los voy a mandar a leer este artículo sobre la realidad monetaria del mundo.
Lo que sí es necesario aclarar, sobre todo con el sillón de Rivadavia ocupado por un anarcocapitalista-libertario-vonmiseano, es que tanto la inflación como los impuestos son un robo. No es mi estilo confrontar con “verdades oficiales”. Ahora, por quién y contra quien son perpetrados dichos robos, admite cierto nivel de polémica.
En una economía donde un Banco Central puede emitir dinero para cubrir déficit, siempre puede pensarse que el nivel y el rubro al cual se le cobran impuestos tiene un rol no exclusivamente fiscal, sino también de expansión o retracción de dicha actividad económica. Es común por ejemplo, la creación de Zonas Económicas Especiales dentro de un territorio, con bajos impuestos y pocas regulaciones para estimular el crecimiento. Lógicamente, el cobro de impuestos tiene el efecto inverso, y sería conveniente para el debate público perder la ingenuidad, en el sentido de que no todos los actores económicos tienen la misma capacidad de evadirlos.
Ya sea porque el Estado tiene un mayor control sobre aquello que es gravado, o porque “hace la vista gorda” ante maniobras “creativas” en el manejo del patrimonio, o porque ambas cosas son dictadas por organismos multilaterales como requisitos para acceder a préstamos o abrir mercados, éstas acciones no están exentas de una intencionalidad política que puede no ser exclusivamente de origen fiscal.
5- Capital y trabajo:
A partir de la década del ‘70, a raíz de la crisis del modelo keynesiano de la posguerra, la suba del precio del petróleo y la ruptura del patrón oro, comienza un replanteo de las relaciones laborales que sustituye al modelo fordista, que requería un orden social mucho más rígido del que la nueva sociedad estaba dispuesto a asumir.
La instauración final del individuo como sujeto económico en reemplazo de la familia y la comunidad, naturalmente requería nuevos mecanismos de disciplinamiento que sustituyesen a los anteriores. A través de una creciente moralización del espacio de trabajo y una aparente dilución de las jerarquías, se logró intercambiar beneficios remunerados por beneficios “espirituales”. Talleres de meditación y bonding, mecanismos de coerción moral, beneficios atados espacio de trabajo (ej. merchandising o candy bar gratuito) se convirtieron en una práctica tan habitual que terminaron transformándose en una industria en sí misma: Diversity, Equity & Inclusion.
A través de mecanismos de control y supervisión actitudinal, las empresas podían cargarle a los propios empleados la tarea del disciplinamiento dentro del espacio de trabajo. La cultura corporativa comenzó a producir un nuevo tipo de trabajador, más parecido a un militante de la Revolución Cultural China que a un operario de General Motors en Flint en los ‘50.
Claro que ésta cultura no es exclusiva de las grandes compañías, y en algún sentido fue derramando a empresas más chicas y a un clima general de “producción de emprendedores y jóvenes líderes” que replican pseudo-valores alienantes. La discusión por los salarios y por la calidad de vida va quedando completamente relegada, disuelta la capacidad de organización y negociación de los trabajadores en una maraña de pelotudez burocrática y moralista.